Una visita al Palacio de Potala, la antigua residencia del Dalai Lama

Visitamos un imponente palacio, reconocido como indispensable centro de peregrinación budista
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Situada en las espectaculares montañas del Himalaya, en el Tibet, se encuentra Lhasa, la ciudad que encierra el destino que queremos alcanzar a través de estas líneas. Nos adentramos en un lugar situado a cerca de cuatro mil metros sobre el nivel del mar en el que nos espera el Palacio Monasterio de Potala, levantado en la colina Roja en el siglo XVII, aunque el proyecto original fue muy anterior y surgió a iniciativa del rey Gampo, fundador del primer imperio tibetano, con la intención de que se convirtiera en un obsequio para su futura esposa. Hablamos del año 637, que se dice pronto…

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Esta impresionante edificación, con trece pisos y más de cien metros de altura, fue hasta mediados del siglo pasado la sede oficial del Dalai Lama. También era aquí donde asistía a las ceremonias solemnes y actos varios. El palacio distingue dos zonas principales, una blanca y otra roja. Sus techos dorados simbolizan la grandeza de Buda y sus muros exteriores tienen un espesor de varios metros, detalle éste que, sin duda, no responde a la intención de evitar molestos ruidos de los vecinos.

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El magnífico edificio, cargado de espiritualidad, contiene centenares de estancias y un laberíntico enredo de pasillos. Algunas de las habitaciones, especialmente las ocupadas por los sucesivos Dalai Lama, están revestidas de láminas de oro, piedras preciosas y perlas. También destacan zonas destinadas al estudio y la oración.

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El interior del palacio exhibe multitud de colores por todas partes: murales, alfombras, paredes y techos inundan la vista con decorados rojos, azules, verdes, anaranjados… Otro de los elementos que destaca en el interior es la presencia de numerosas estatuas de Buda y de piezas ornamentales con cientos de años de antigüedad a sus espaldas.

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En la actualidad el Palacio de Potala es un lugar de peregrinación y un punto de encuentro espiritual. Además, alberga un museo que exhibe numerosas piezas de la religión y la cultura tibetana. El palacio cuenta con la declaración de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

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Aprovechando la visita al palacio, es una buena idea darse una vuelta por Lhasa. Su zona más céntrica es Barkhor, donde encontraremos mucha actividad y el trasiego de numerosos peregrinos. Sus pequeñas calles están llenas de tiendas y lugares para poder alojarnos. Tampoco se debe pasar por alto Jokhang. Este templo budista y centro espiritual más importante de la ciudad también merece una visita.

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Revista Viajes y Lugares

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