Una primavera en Kioto

Kioto, situada en el centro de un valle, reúne la esencia de la tradición japonesa y nos envuelve con aromas de flor de cerezo, bambú y té
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Los meses de marzo y abril son un espectáculo para los sentidos en Kioto, ciudad que fue capital del Japón durante más de mil años. Es el momento en el que los árboles sakura están en plena eclosión y las flores blancas y rosadas de estos cerezos impactan y enamoran la vista de aquellos que los contemplan. El riesgo reside en que podríamos llegar a experimentar una especie de Síndrome de Stendhal, aunque el prodigio artístico y la abundancia de belleza extrema nos llega en esta ocasión de la mano de la naturaleza. Pero no importa,  porque a nosotros nos encanta correr este tipo de riesgos.

No hará falta recordar que Kioto es conocida por el famoso protocolo que lleva su nombre, norma que ha venido invitando a los países industrializados a estabilizar las emisiones de gases de efecto invernadero. Ningún lugar mejor que éste, en el que nos disponemos a pasear, para hacer un llamamiento a la preservación de nuestro patrimonio natural y a la salud del planeta.

Sin lugar a dudas, visitamos un punto del mundo muy diferente, genuino y con pocas coincidencias con el pensamiento y la forma de vida occidental, circunstancia que lo hace gratamente atractivo.

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La primavera kiotense está repleta de aromas a flores, colores intensos y esencias del Japón más tradicional. Cerca de dos mil templos, entre budistas y sintoístas, numerosos palacios, lagos plateados y grandes espacios ajardinados salen a nuestro encuentro en esta ciudad del país del Sol Naciente. Si a todo esto sumamos que aquí se puede disfrutar del mejor té de todo el país, nuestra visita está más que justificada.

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Mientras Tokio es sinónimo de actividad frenética, modernidad y tecnología, Kioto presume de la placidez y el toque zen de sus barrios de casas bajas y calles tranquilas, diseñados siguiendo los fundamentos del Feng Shui. Entre ellos nos encontramos con uno de los más tradicionales: el barrio de las geishas de Gion. Estas figuras casi míticas, grandes iconos de la sociedad japonesa, poseen una hábil conversación y hacen gala de su refinada cultura. Representan la esencia más auténtica del espíritu nipón y encontrarlas a nuestro paso se convierte en una experiencia inolvidable, especialmente ahora que su número se ha visto considerablemente reducido. Incluso ya se viene anunciando que podrían llegar a desaparecer. 

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El famoso Festival de Bailes de las Geishas en primavera es, además de un bello espectáculo, una de las mejores oportunidades para ver a un buen número de ellas interpretando piezas de música y bailes tradicionales en los que muestran su exquisita delicadeza.

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Moverse por Kioto en bicicleta o utilizando el metro es una buena idea, sin embargo su magnífica red de autobuses urbanos se sitúa como la opción más idónea y práctica para descubrir los rincones más encantadores de la ciudad, aquellos que nos descubrirán las antiguas artes y oficios que con tanto amor siguen preservando los kiotenses: danza, música, caligrafía, cerámica… Y sus ceremonias del té. Este ritual nos invita a la contemplación y a la armonía. Aunque a algunos occidentales marcados por las prisas pueda parecernos un poco largo y complejo, es una de las experiencias que se recomiendan vivir en primera persona. 

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