Willemstad, espíritu holandés en el Caribe

Nos acercamos hasta las islas ABC, llamadas así porque responden a las iniciales de Aruba, Bonaire y Curazao, tres islas del sur del Caribe situadas frente a la costa de Venezuela. Ya que hemos recalado por estos puertos, nos encantaría recorrerlas todas –ya tendremos oportunidad-, pero en esta ocasión nuestra ruta nos deriva hacía un lugar muy concreto: Willemstad, la capital de Curazao, primero descubierta por los españoles y colonizada más tarde, en el siglo XVII, por los holandeses, cuyas huellas quedan indelebles en su característica arquitectura.

Resulta curioso y muy atractivo moverse en pleno Caribe en un lugar que destila ambiente holandés. Así es esta ciudad. Su espíritu es multicultural, cálido y muy activo.

El centro histórico de la población, incluido su puerto, están declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Este núcleo antiguo está dividido en dos áreas o distritos principales, Punda y Otrabanda, que se encuentran conectados por un histórico y original puente flotante formado por barcas y conocido como Reina Emma. Este curioso puente se convierte en un espectáculo de luz cuando llega la noche, mientras que por el día se abre para permitir el paso de las embarcaciones.

Casi siempre asociamos al Caribe con vacaciones y playas paradisíacas. Por supuesto que Curazao las tiene y son de postal, pero el lugar que estamos visitando puede también presumir de una rica cultura, una intensa historia, de excelente gastronomía y de gran diversidad. Sin embargo, sí que existe una característica de los habitantes del lugar que nos recordará constantemente que nos encontramos en este rincón del planeta. Nos referimos a su ritmo desacelerado, su placidez y su contagioso nivel de cero estrés, algo que se agradece cuando se llega desde lugares donde todo parece caminar a pasos desenfrenados.

Willemstad fue la capital de las Antillas Holandesas hasta que este territorio se disolvió como estado autónomo en 2010. El turismo es uno de los grandes fundamentos de su economía, pero no es el único. El comercio, especialmente gracias a la actividad de su puerto, y las finanzas son también puntos fuertes del lugar y del resto de la isla.

D’Orangemolen es uno de los edificios históricos de Willemstad y una pista indiscutible que nos confirma que estamos en el Caribe Neerlandés. Este antiguo molino del siglo XVIII es una de las construcciones más emblemáticas de la población.

El Carnaval de Curazao es una de las fiestas y acontecimientos más espectaculares del Caribe. Los coloristas grupos de participantes recorren bailando las calles de la ciudad siguiendo a las alegres bandas de música. La exuberante energía de esta fiesta tiene su punto culminante en la Gran Marcha de Curazao, un multitudinario desfile con carrozas adornadas de llamativas luces.

Bailar nos abre el apetito. No nos marchamos de Willemstad sin degustar algunos de los platos más típicos de la isla, entre los que no falta el arroz con diferentes acompañamientos –carnes, pescados, verduras, mariscos…- o el plátano frito. Aunque uno de los manjares más exóticos del lugar es la especialidad local elaborada con iguana. Se trata de un sabroso guisado de este animalito cuya carne nos recordará mucho a la del pollo. Si nos gusta y nos animamos, también podemos tomar la popular sopa de iguana. Para culminar, nada mejor que un brindis con la bebida más famosa de la isla: el licor de Curazao, de sabor amargo y contundente.

Revista Viajes y Lugares