El paso de Luis de Camoens por Malaca no fue todo lo glorioso que hubiera querido. Aquel descendiente del dios Luso, el hijo de Baco, que glorificó las hazañas de los portugueses en Oriente en su epopeya nacional, Los Lusiadas, llevó una vida turbulenta y bohemia llena de broncas, duelos, amoríos y arrestos que le obligó a exiliarse a África y a Extremo Oriente.
Junto al río Malaca hemos contemplado el pequeño fuerte que se asoma a sus aguas. Los cañones apuntan diligentes hacia enemigos ahora imaginarios, a los almacenes y restaurantes. No hay nada de qué defenderse, salvo del implacable sol que desde primera hora araña nuestra piel irritada por el repelente de mosquitos. Ese baluarte formaba parte de una obra militar más amplia que iremos recorriendo con calma.
Carabela Flor de mar
Camoens viajó a la India en 1553 y pasó varios años en Goa, la capital de las posesiones portuguesas en Extremo Oriente. Disfrutó de la indeseable hospitalidad de la prisión, quizá por deudas. Al observar la réplica de la carabela Flor de mar en el Museo Naval pensamos en lo intrépidos, audaces y desconocedores del miedo que fueron aquellos portugueses que se aventuraron por los océanos en esos buques que parecen propicios a ser devorados por las aguas. Camoens canta su valentía desde el Canto I de Los Lusiadas:
Las armas, los varones señalados
que, de la occidental y lusitana
playa, por mares antes no sulcados,
pasaron más allá de Traponbana
-en peligros y guerras esforzados
más de lo que permite fuerza humana-
y entre gente remota edificaron
nuevo reino que tanto sublimaron.
En Oriente, y en estas tierras de Malaca, alternó las acciones bélicas con las lecturas de los clásicos y la compañía de ilustrados compañeros. El poeta guerrero, como también lo fueron Cervantes o Lope de Vega, alternó las letras y las armas, mantuvo buenas relaciones con la nobleza que ocupaba los principales cargos públicos, y que le salvaron de la cárcel en múltiples ocasiones (en otras, fue imposible), magnificó el éxito militar y la gloria cultural. Sentimos la poderosa presencia del poeta que nos acompaña por las calles de sus francachelas, de la recolección de inspiración para sus versos.
Aquel maravilloso aventurero regresaba de una misión a Goa cuando su nave naufragó en la desembocadura del río Mekong. Tras varios meses, consiguieron rescatarle y le condujeron a Malaca, plaza que habían conquistado los portugueses en 1511. Su objetivo fue controlar el lucrativo comercio de las especias. En 1521 conquistaron Pasai.
Puerta de Santiago
Rodeamos la colina de San Pablo, anteriormente denominada colina de Malaca o de Santa María, y visitamos uno de los escasos restos de la antigua fortaleza portuguesa, A Famosa, erigida a instancias del gobernador de Goa Afonso de Albuquerque poco después de la conquista. La puerta de Santiago nos permite hacernos una idea de la importancia defensiva, matizada por el posterior dominio holandés y el deseo, incumplido parcialmente, de destruirla por parte de los británicos.
Vista desde la colina de San Pablo
Al subir la colina de San Pablo nos entretenemos con los juegos de los monos que se han instalado en las farolas y que nos divierten con sus gestos y sus saltos. El avance es lento ya que los visitantes se afanan en fotografiarlos.
Monos en la colina de San Pablo
La colina es un excelente mirador sobre la ciudad y lo aprovechamos con fruición. Se aprecia en su totalidad. Se mezcla el pasado más horizontal con las modernas torres verticales. La naturaleza, el verdor, los árboles que elevan sus dedos, trazan separaciones virtuosas. En 1521, el capitán portugués Duarte Coelho mandó construir la iglesia de San Pablo. Se encuentra en ruinas, sin tejado, aunque eso le dota de un carácter más espiritual: no puede ser vencida por los elementos. Los holandeses la transformaron en privilegiado lugar de enterramientos, de ahí la profusión de lápidas de ilustres neerlandeses.
Cuentan las crónicas que San Francisco Javier, santo misionero y muy viajero, que extendió la fe cristiana entre los orientales, se trasladaba a Malaca cuando fue sorprendido por una dramática tormenta que le hizo pensar en el fin de sus días. Con decisión, tomó la cruz que portaba y la arrojó a las violentas aguas pidiéndole a Dios que le concediera la ventura para pacificar las iras del mar y seguir siendo instrumento de evangelización. Dios escuchó sus plegarias y todos los de la embarcación salvaron la vida. Al alcanzar Malaca se le acercó un cangrejo que portaba en sus pinzas el crucifijo arrojado al temible mar.
Llegada de San Francisco de Javier
La estatua que hemos contemplado en nuestro ascenso, poco antes de la iglesia de San Pablo, es la del jesuita español. Sentimos un orgullo inmediato: un compatriota en tan extrema lejanía. Tras la conquista se imponía la evangelización de las nuevas huestes. Y nadie mejor que este antiguo soldado de noble familia navarra formado en la Sorbona y cofundador, con San Ignacio de Loyola, de la Compañía de Jesús, que extendió su labor por Japón, Etiopía o América, entre otros lugares. Una pequeña, aunque muy ilustre huella española que ha pervivido con devoción a pesar de los cambios de manos sufridos por Malaca.
Iglesia de San Pablo
Junto al río se alza una iglesia blanca de ribetes amarillos dedicada a nuestro santo español. Fue iniciada su construcción en estilo neogótico en 1849 por una misión francesa. Se financió con los donativos recaudados en la América Latina. Ocupa el lugar de la antigua iglesia portuguesa de Santo Domingo. No quedó finalizada hasta 1874 y ha sido objeto de varias reformas. Produce un impacto visual inmediato al visitante que queda algo descolocado al localizar esta isla católica entre la profusión de elementos orientales. Está claro que el espíritu y la obra de San Francisco Javier continúan presentes en la ciudad.
En 1641, los holandeses desplazaron a los portugueses con la ayuda del sultanato de Johor, el que fuera fundado por los descendientes del sultanato de Malaca cuando fueron expulsados por los portugueses. La llegada de éstos no implicó el deseado dominio del comercio de las especias. La estratégica Malaca fue abandonada por los mercaderes musulmanes que se establecieron en otros puertos.
Los portugueses continuaron viviendo y comerciando bajo el dominio holandés y británico. Su legado se prolonga hoy en día con la fiesta de San Pedro, el 29 de junio, o con las tradiciones de Kristang, con la construcción de embarcaciones. Son fiestas inspiradas en el pasado lusitano.
Quizá, por ello, nos sentimos un poco como en casa acompañados del poeta guerrero portugués y el santo misionero español, gentes universales.
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