El sultán Selim I, que gobernó el imperio Otomano entre 1512 y 1520, recibió los apelativos de “el Valiente y “el Cruel”. Durante su reinado dedicó sus fuerzas a guerrear y ampliar el territorio del imperio con la incorporación del Egipto mameluco, con Siria y Palestina, y los Santos Lugares del Islam, Medina y La Meca. Poco tiempo tuvo para la arquitectura y las bellas artes, aunque fue un reputado poeta. Su memoria fue exaltada por su heredero con varias mezquitas.
Destronó a su padre Bayezid II y, siguiendo una fea costumbre del reino, exterminó a sus hermanos y sobrinos para evitar problemas de legitimación dinástica. Más aún, cuando decidió quién sería su sucesor, su hijo Solimán, “el Magnífico” o “el Legislador”, ejecutó el trabajo sucio y procedió con igual implacable severidad sobre sus hijos. El lector juzgará si los apelativos estaban suficientemente justificados.
Vistas sobre el Cuerno de Oro desde la mezquita de Selim I
Me encontraba en algún lugar de Fener, el antiguo barrio de los griegos, en la parte sur del Cuerno de Oro, y me proponía visitar la mezquita de este controvertido sultán. Apuré mi café turco sin tragarme los posos, pagué y le pregunté al camarero por la Fettiye camii o Mezquita de la Victoria, que quedaba en un punto intermedio de mi destino. Conté mal el número de bocacalles (no sabía si debía incluir los callejones), me orientaron otros paisanos que pasaban la tarde en aparente inactividad, y tomé una calle en cuesta. Estambul abunda en ellas y hay que asumirlas con resignación.
Barrio popular de Estambul
El cambio que percibí en pocos cientos de metros fue radical. Me había sumergido en un barrio popular cargado de melancolía y amargura, componentes que tanto destacaba sobre Estambul el premio Nobel local Orhan Pamuk o sus predecesores literarios, Yahya Kemal y Tanpinar. Era otro mundo muy diferente del glamuroso barrio de Fener y su ambiente de ocio permanente algo frívolo. Destilaba ese sabor tradicional y cotidiano que daban los críos correteando en sus juegos callejeros, los vecinos haciendo la vida sobre las aceras y mujeres cargadas con la compra sufriendo las cuestas. Me solidarizaba con su empinado esfuerzo. También respiraba una resignada dignidad.
Pammakaristos o iglesia de la Bienaventurada Madre de Dios
La Fethiye camii era claramente una iglesia bizantina a la que le habían adosado un alminar. Antes de la conquista otomana en 1453 fue la Pammakaristos o iglesia de la Bienaventurada Madre de Dios. Su cambio de nombre conmemoraba la conquista de Georgia y Azerbayán. Estaba cerrada y en obras por lo que no pude disfrutar de los mosaicos de su interior convertidos en museo. Por supuesto, no me crucé con ningún turista.
El barrio Çarshamba, en el distrito de Fatih, era de los más tradicionales de Estambul. Me crucé con mujeres con burka o con vestidos largos y hiyab cubriendo el pelo, hombres con zaragüelles o pantalones bombachos y turbante que parecían salir de un rodaje de la época de los sultanes.
Barrio Çarshamba
Busqué el punto más alto. La mezquita ocupaba la quinta colina de la ciudad. Pregunté un par de veces más y tuve la impresión de que Hayreddin guiaba mis pasos hasta mi destino.
No disponía de mucha información sobre este gran arquitecto que combinó rigor con singularidad, se inspiró en Santa Sofía y sus formas bizantinas y puso las bases para la culminación del período clásico otomano a cargo de Mimar Sinán, que perfeccionará y superará las soluciones de aquél.
Mezquita de Selim I
Se sabe que Hayreddin fue el constructor de los puentes del Drina y de Móstar. Sin embargo, se discute si verdaderamente fue el arquitecto de la mezquita de Bayecid II, el predecesor de Selim I, y de su mezquita sultánica.Su obra más emblemática era el conjunto piadoso o külliye de Bayecid II en Edirne, la que fuera capital del imperio antes de Estambul. En una placa a la entrada de la mezquita de Selim I afirmaban que el arquitecto fue Mimar Acem Alí, algo también discutible según los análisis de los expertos más recientes.
Fuente de la abluciones de la mezquita de Selim I
El sol anunciaba el atardecer e impactaba sobre la fachada sencilla. Penetré en el patio con sus galerías coronadas por cúpulas, un lugar acogedor y tranquilo donde los niños jugaban con entusiasmo, como en las callejuelas en cuesta. Me gustó la espléndida fuente de las abluciones donde algunos fieles se afanaban en la purificación antes del rezo.
La sala de oración era un espacio abierto con una sola cúpula sobre pechinas y muros con ventanas que aportaban una luz tamizada. Sobre la enorme alfombra para la oración, media docena de fieles y un crío que observaba curioso a su padre. Dejé que mi mirada se fijara en el mihrab, la hornacina en el muro de la quibla, el mimbar o púlpito, los adornos sobrios. Era perfecta, pero no renovaba el lenguaje arquitectónico, según leí. Relajó mis dudas y mis pensamientos, sentí un bienestar casi inmediato.
Mi espíritu se reconfortó con el regalo de las vistas sobre el Cuerno de Oro y una parte importante de la ciudad. En los jardines me mezclé con los lugareños que pasaban la tarde en armonía. Habían acudido a la mezquita a orar y luego aprovechaban para disfrutar del parque del külliye, la fundación religiosa y cultural que acompañaba al complejo. Los bullangueros chavales lo pasaban estupendo jugando al fútbol, quizá convencidos de que andaría por allí algún ojeador del Galatasaray o el Besiktas. Los mayores socializaban, las amigas compartían confidencias.
Mausoleo de Selim I
Solo me quedaba presentar mis respetos al sultán y su familia en sus mausoleos o türbesi.
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