En el corazón verde de Huelva, donde la Sierra de Aracena y Picos de Aroche despliegan su manto de bosques y aldeas blancas, se alza Alájar, un pueblo de calles empinadas y aire medieval que custodia un secreto milenario: la Peña de Arias Montano. Este macizo calizo, declarado Bien de Interés Cultural, no es solo un mirador excepcional sobre el valle, sino un lugar donde la historia, la espiritualidad y el misterio se entrelazan como raíces de un viejo castaño.
El nombre de la peña homenajea a Benito Arias Montano (1527-1598), uno de los humanistas más fascinantes del Siglo de Oro. Erudito, teólogo y bibliotecario de Felipe II, fue clave en la edición de la Biblia Políglota de Amberes y en la organización de la legendaria biblioteca de El Escorial. Pero su alma inquieta lo llevó a abandonar la corte y refugiarse aquí, entre estas rocas que ya habían acogido siglos antes a San Víctor, un eremita del siglo V.
Montano transformó el lugar en un retiro renacentista: reconstruyó la Ermita de Nuestra Señora Reina de los Ángeles, plantó huertos, diseñó paseos sombreados y acondicionó manantiales, inspirándose en los jardines manieristas italianos. Cuenta la leyenda que, entre meditaciones, el sabio se entregó a la astrología y la alquimia, ocultando parte de sus hallazgos en los archivos del Escorial. Hoy, su espíritu parece flotar aún entre las cuevas que habitó, donde el silencio solo se rompe con el rumor del viento.
Pero la magia de la Peña es anterior a Montano. Restos del Neolítico, del Bronce y de épocas ibera y romana atestiguan que este fue un lugar de culto y refugio desde la prehistoria. Los musulmanes la llamaron "Alájar" (la piedra), y en sus grutas —como El Palacio Oscuro o La Sillita del Rey— el agua ha esculpido lagos subterráneos y estalactitas que brillan bajo la tenue luz de las linternas.
Algunos hablan de energías telúricas, comparándola con Montserrat o Glastonbury. No es casualidad que ermitaños y místicos la eligieran para buscar lo divino: su atmósfera, cargada de una quietud casi sobrenatural, invita a la introspección. Otros, menos espirituales simplemente disfrutan con unas vistas de impresión. Un balcón desde el que asomarse a la belleza de la provincia de Huelva. Amaneceres y puestas de sol desde lo alto de esta peña son verdaderas postales para guardar como oro en paño. ¿Y por qué no? Desde aquí se puede vivir como nunca la popular lluvia de perseidas o ‘lágrimas de San Lorenzo’ cada mes de agosto.
Cada 8 de septiembre, la peña se viste de fiesta con la Romería de la Reina de los Ángeles, una tradición que atrae peregrinos de Huelva, Sevilla, Badajoz y Portugal. Desde 1807, el mercadillo artesanal es parte esencial de la celebración, donde se venden quesos de cabra, embutidos ibéricos, miel de castaño y objetos de corcho, sosteniendo la economía local.
¿Qué tiene esta peña que atrajo a sabios, santos y buscadores? ¿Fue su belleza, su silencio o algo más intangible? La respuesta, quizá, esté en sus grutas, donde el agua sigue goteando sobre las rocas, como lágrimas de la tierra. O en esa bruma azulada que cubre el valle al amanecer, difuminando los límites entre lo humano y lo eterno.
Alájar y su peña son un recordatorio: hay lugares donde la historia no se lee en los libros, sino en las piedras. Y esta, desde su atalaya de 746 metros, sigue susurrando secretos a quien quiera escucharlos.
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