Paisajes más allá de la frontera: Francia, la inflexible elegancia (y 2)

La literatura vuelve otra vez a ser uno de los motivos o hilos conductores de nuestro relato. En esta ocasión con escritores españoles de diferentes épocas que transitaron por el país galo
|

La literatura vuelve otra vez a ser uno de los motivos o hilos conductores de nuestro relato. En esta ocasión con escritores españoles de diferentes épocas que transitaron por el país galo.

El veinticinco de mayo de mil ochocientos diecisiete moría en Montpellier el poeta español Juan Meléndez Valdés. Con motivo del bicentenario de dicho acontecimiento, a finales del año de la efeméride, es decir, en 2018, los alumnos de la sección española que depende de nuestro Ministerio de Educación, existente en uno de los liceos de la localidad, rindieron homenaje a este escritor, que tuvo que exiliarse a aquella ciudad francesa porque sus ideas ilustradas, tras el fracaso de la invasión napoleónica, no fueron aceptadas en España. Cumplía así también este programa de la acción educativa española –Secciones Internacionales– con difundir nuestra cultura y unir lazos con el país vecino, al tiempo que enseñaba a los alumnos tanto nuestra lengua y literatura como nuestra geografía e historia, y así obtienen, de paso el título de bachillerato español, además del suyo.

Días antes de la celebración llevé a cabo mi visita anual al centro educativo y pude compartir con la comunidad escolar los preparativos de tal evento. Así, una tarde nos desplazamos, el grupo de alumnos del último curso, junto con sus profesores, a las inmediaciones de la que fuera la casa de Menéndez Valdés y en la que falleció, para ensayar la lectura sobre la semblanza del autor y alguno de sus poemas, todo ello preparado para honrar su memoria. Un par de días después, tuvieron lugar los actos de celebración, a los que yo no pude asistir por dificultades en encajar horarios de trenes y otros detalles propios de los viajes y de las agendas. Por la mañana, un catedrático aragonés, invitado al efecto y especialista en la materia, pronunció una conferencia en la que presentó datos y curiosidades de la vida del poeta, como la amistad que hubo entre él y Goya, pintor que lo retrató. Después, autoridades consulares, municipales, culturales y educativas de los dos países completaron el acto con sus intervenciones y los alumnos con los poemas recitados que habían ensayado días antes, delante del número 11 de la calle de los Soldados, última morada del poeta y en donde había sido colocada una placa en la que se podía leer:

Ici est décédé au 11 Rue des Soldats,

Juan Meléndez Valdés

(11/03/1754 – 24/05/1817)

Poète et homme politique espagnol

Placa Menéndez Valdés

Batilo, que así se hacía llamar nuestro autor, quedó en nuestra literatura como quien popularizó, allá por los años de la Ilustración, donde todo debía tener un fin práctico y proporcionar alguna enseñanza al lector, unos poemillas, hechos al modo de los que inventara Anacreonte de Teos en el siglo VI a. C. Estas composiciones, llamadas anacreónticas, sin duda sirvieron para amenizar el insípido panorama literario del siglo XVIII, y cantar a los placeres de la vida y del amor, como lo atestigua la estrofa que recuperamos aquí, en la que nuestro poeta ensalza los valores del vino para combatir el frío de la nieve:

Dame, Dorila, el vaso

lleno de dulce vino,

que sólo en ver la nieve

temblando estoy de frío.

Otros versos del autor aluden a las delicias del amor y a los besos que le proporciona la amada para sobrellevar la existencia. Mejor favor no pudieron hacer nuestros alumnos a los franceses que regalarles, con su homenaje al poeta español, un catálogo de buenas ideas para el disfrute y el placer.

Otro poeta, más reciente y conocido fue recordado y dado a conocer a nuestros alumnos franceses, gracias a la iniciativa y al trabajo de los profesores españoles que tenemos repartidos por la geografía del país vecino. De ellos surgió la excelente idea de rendir merecido homenaje, con motivo del ochenta aniversario de su muerte, a Antonio Machado, fallecido en Colliure, camino del exilio, en 1939.

Se pensó, con muy buen criterio, en una forma de llevar a cabo tal conmemoración, haciendo uso de las nuevas tecnologías y con la participación de los escolares de todas las secciones españolas. La iniciativa, encuadrada dentro de lo que denominó “Machado, ochenta años después”, dio a lo largo del curso para mucha actividades. Hay quienes leyeron y analizaron poetas de este escritor; otros, se acercaron a su biografía o ilustraron su poema “Recuerdo infantil” o escribieron microrrelatos, diálogos teatrales, diarios sobre el tema de esos versos; o, incluso, llevados por el entretenimiento y el carácter lúdico que aporta el arte literario, llevaron al límite su imaginación e idearon un “Juego de la oca literario de Antonio Machado”, para poner en práctica los conocimientos adquiridos sobre diversos aspectos de la obra y la vida del autor sevillano.

El cierre a tanto derroche de ganas y energías adolescentes se produjo con la elaboración de un video en el que varios lugares de Francia sirvieron de escenario al recitado por los alumnos del famoso poema que el escritor andaluz incluyera en sus Soledades y que empieza así:

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.

Suenan esos versos en el vídeo con el acento propio de unos escolares que aprenden nuestra lengua desde la suya; y tras su presencia, enlazando cada uno de los fragmentos de la grabación, se adivinan los distintos lugares desde donde los recitan: Lyon, Estrasburgo, Burdeos, Ferney-Voltarie…

Buena manera esta también de mostrar a nuestros grandes poetas al mundo, que no siempre han de ser conocidos bajo la luz artificial de las aulas. Y buena forma también de evocarlos con nuevas formas que alientan el trabajo pedagógico.

Pero no solo es la docencia el ámbito en el que uno se mueve cuando viaja, como estoy intentando reflejar a lo largo de este diario incompleto de un viajero que descubre los lugares por oficio. De cada ciudad por la que he transitado, siempre he recibido una sensación, una enseñanza que, como tópico ya sabido, enriquece al que la visita.

Catedral Estrasburgo

Catedral de Estrasburgo

En Niza pude adentrarme, por unos instantes, en el mundo onírico de Chagall, cuando visité su museo un par de semanas antes de que, por desgracia, un atentado acabara con la alegría de aquel verano, allá por 2016, si no recuerdo mal. En Cannes y en Antibes pude fantasear viendo los lujosos yates fondeados en sus aguas y en Valbonne, con la rica bohemia de sus habitantes, que comen frutas de variada procedencia a unos precios que superan los cincuenta euros por kilo. He podido admirar cada mañana, desde la ventana de mi hotel al que debe su nombre, la imponente catedral de infinitas torres de piedra roja que se yergue en el centro de Estrasburgo y sus canales y sus calles invadidas por incómodos ciclistas. De Burdeos me quedo con el elegante Garona, acariciando los grandiosos edificios de su ribera. Y de Lyon, sus buchon, en donde sus mesas se cubren de manteles de cuadros para adornarlas luego con platos de contundente alimento, tan parecidos a los de nuestros típicos mesones. A Marsella la he conocido rejuvenecida con un puerto que ha reconstruido antiguos barracones y añadido estructuras y edificios modernos.

Estrasburgo

Estrasburgo

De esta ciudad, en particular, he de resaltar la visita que una tarde, tras las obligaciones profesionales, hicimos a la Unité d’Habitation, ideada por Le Corbusier y construida entre 1947 y 1952. Se trata de un enorme bloque de hormigón de vivienda colectiva que se levanta como un gran transatlántico en el centro de la ciudad y que da cuenta del afán innovador de la arquitectura de aquellos años. Con tan solo ver la apariencia de su azotea, nos imaginamos estar en la cubierta de un imponente navío surcando las olas del asfalto. Y cada uno de sus pisos, rodeados de interminables pasillos, donde en otro tiempo convivió toda una colectividad que disfrutaba de todos los servicios de una ciudad en pequeño, se convierte en un reducto moderno de calles interiores donde se mezclan los domicilios particulares con todo tipo de servicios comunes y zonas de recreo.

Presentación1

Dos imágenes de la 'Unité d’Habitation', ideada por Le Corbusier

De Montpellier me gusta disfrutar la calma de la ciudad pequeña y el bullicio de su comunidad estudiantil, como de Toulouse es de apreciar también el vínculo por lo español y el color rosáceo de sus antiguos edificios. Grenoble,  patria de Sthendal –autor que, gracias a los desvelos de su abuelo por tenerlo siempre bajo su control hizo, tal vez, de él alguien con una excelente capacidad para analizar psicológicamente a sus personajes– también contribuye a gozar de la tranquilidad que permiten las ciudades pequeñas, rodeadas de naturaleza y montañas, montañas que también se divisan desde Ferney-Voltaire, ciudad de poca vida, pero cercana de la elegante Ginebra, y lugar de residencia durante sus últimos años del ilustrado francés al que debe parte de su nombre; allí vivió para tener cerca la frontera suiza y poder escapar de un país a otro cuando le persiguieran. Allí se disfruta de las vistas que regala el Montblanc, así como de la posibilidad de cambiar de país con solo dar un paseo por los alrededores.

Otros hermosos parajes, estos junto al mar, he podido contemplar al acudir a San Juan de Luz y Brest, paisajes rodeados de agua los dos, pero distintos. Mientras que en la primera de estas ciudades un mar Cantábrico lo baña con sus aguas tranquilas, la bravura del mar Atlántico se deja ver por la segunda, capital bretona del fin de la tierra francesa, lo que ha obligado a una vocación marítima que combina con la militar.

20170622 222534

Torre Eiffel. París

Y dejo para el final de la reflexión mi paso por París. En primer lugar, porque merece el honor de cerrar este capítulo por su infinita grandiosidad y, en segundo, porque sin querer caer en el tópico de una descripción imposible de realizar en tan poco espacio y por alguien tan poco versado en los viajes, es difícil poder expresar la sorpresa ante tan imponente ciudad. He conocido los Campos Elíseos en plena explosión de colorido navideño y también tomando café en sus terrazas en la época estival. Y la misma avenida con escenarios distintos en cada época del año.

También he visitado museos como el Picasso o el D’Orsay; y monumentos emblemáticos como la catedral de Notre Dame, antes de ver caer su espigada aguja por el incendio, y librerías donde sus volúmenes hablan en inglés. Me he topado con rodajes de anuncios publicitarios en la orilla del Sena y he visto parpadear las luces de la torre Eiffel cuando dan las nueve de la noche. También he entrado en pastelerías de postín y restaurantes que, en su día, fueron estaciones de tren y ahora sus andenes y sus vías sirven para dispensar exquisitos menús a sus comensales. En fin, París nunca se acaba, por eso no dejaré de volver. Y como decía Cole Porter en sus canción “Y love Paris”, es para amarla y desearla siempre, en todas las épocas del año.

Sin comentarios

Escribe tu comentario




No está permitido verter comentarios contrarios a la ley o injuriantes. Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.