El conductor del 'remís' me esperaba para trasladarme a Rosario. Un 'remís', lo que nosotros entenderíamos como un taxi, no es más que un coche de alquiler con conductor, en Argentina. Suele usarse para trayectos más o menos largos y, en mi caso, sería para recorrer los aproximadamente trescientos kilómetros que separan el aeropuerto bonaerense de Ezeiza de la ciudad rosarina.
Las aventuras y experiencias de mi primer viaje al continente americano comenzaron en el mismo instante en que pisé la terminal cuatro del aeropuerto Madrid-Barajas, camino de Buenos Aires. Las horas intempestivas en que había de producirse la particular singladura, así como lo insólito del acontecimiento para un neófito en la materia como yo, propiciaban la inquietud y ese hormigueo por todo el cuerpo que producen las vivencias nuevas.
El ambiente moderno, exquisito y cosmopolita de Tánger rompe con el recogimiento provinciano que hemos dejado en Tetuán. De lo primero queda constancia al observar la expansión de la ciudad, que queda patente en la aparición de nuevos barrios y edificios, que ya se divisan desde el avión, entre los que se encuentran la nueva estación de ferrocarril, en donde se puede tomar un tren que, en pocas horas, nos lleva a Casablanca. Lo segundo, lo podemos constatar en nuestra breve visita por algunos rincones de la ciudad.
Marruecos a través de tres de sus ciudades, las tres con sus diferencias y similitudes, las tres mirando al mar y las tres mostrando, cada una a su manera, las particularidades del país vecino: Tetuán, Casablanca y Larache. Al escribir estas líneas me veo convertido –o tal vez, mejor decir que identificado– en un nuevo Gazel, aquel personaje de 'Cartas Marruecas' que escribiera José Cadalso, allá por el siglo de las Luces y de las buenas maneras.
En Lisboa me reencontré con un río que tantas veces he contemplado, muchas tardes de domingo paseando por jardines que en otro tiempo sirvieron de solaz y esparcimiento a reyes y cortesanos. Mientras que allí, en el Real Sitio de Aranjuez, las aguas se remansan entre la vegetación de la vega, regada también por afluentes como el Jarama, en tierras portuguesas, ese mismo caudal líquido se desboca en su salida hacia el océano Atlántico.
El 25 de mayo de 1817 moría en Montpellier el poeta español Juan Meléndez Valdés. Con motivo del bicentenario de dicho acontecimiento, en 2018, los alumnos de la sección española que depende de nuestro Ministerio de Educación, existente en uno de los liceos de la localidad, rindieron homenaje a este escritor, que tuvo que exiliarse a aquella ciudad francesa porque sus ideas ilustradas, tras el fracaso de la invasión napoleónica, no fueron aceptadas en España.
Francia, hermoso país vecino, carece en su vocabulario de palabras que nosotros sabemos usar con soltura. Son palabras o términos como, por ejemplo, “improvisación”, “flexibilidad” o “capacidad de adaptación”, vocablos de carácter abstracto, pero que se pueden materializar en infinidad de contextos. Y es que los franceses, a mi parecer, son gentes de difícil cintura en eso de saber amoldarse a las circunstancias.
Polonia es un país demasiado frío. No solo por su clima duro e inclemente y sus parques ya deshabitados en otoño, donde el hielo y la nieve ya anticipan la crudeza del invierno. A esa frialdad del ambiente contribuyen también sus edificios, reconstruidos, casi perfectos, como ocurre en Varsovia, muchos de ellos levantados tras la Segunda Guerra Mundial. No obstante, esa frialdad también da seguridad.
Mi segundo viaje a Eslovaquia me llevó por otras tres ciudades situadas más al este del país: Žilina, Trstená y Košice. Y siempre pasando, al principio y al final de periplo, por la apacible Bratislava. El viaje comenzó un domingo. El taxi me llevó hasta la estación de la capital del país eslovaco rumbo a Žilina, lugar en que el trasiego de viajeros con sus bicicletas da cuenta de la afición por la naturaleza y el senderismo que por allí existe.
De Eslovaquia recuerdo dos amplios periplos realizados por varias ciudades del país que me hicieron apreciar el carácter sobrio y austero que sus tierras desprenden. Y siempre pasando por Bratislava, ciudad que me cautiva por su perfecta armonía y pequeñas dimensiones que la convierten en un lugar ideal para vivir.
Praga siempre nos lleva a recorrer los lugares emblemáticos que todos conocemos: la plaza de la Ciudad Vieja, con su reloj astronómico, objeto de las miradas de los turistas y de la oportunidad de trabajo para los carteristas; la Torre de la Pólvora, gótica y ennegrecida por los que años; el puente de Carlos, en otro tiempo paso de carruajes y desde siempre acompañado por treinta estatuas... Pero al visitar Praga es inevitable pensar en Kafka.
Frente a lo vetusto, como decíamos en la anterior entrega, lleno de reminiscencias de otros tiempos, la modernidad más atrevida, tal como como pude comprobar, se puede encontrar en Brno, la segunda ciudad más grande de la República Checa y la más grande de Moravia. La Catedral de San Pedro y San Pablo, amenazando el cielo con las finas agujas de sus torres, se levanta en la colina de Petrov, dominando con majestuosidad el paisaje urbano.
Mi aventura viajera en mi etapa profesional como inspector de educación, visitando centros y programas educativos por el extranjero, me hizo recalar pronto a la República Checa, lo que conllevó las consecuencias propias de la inexperiencia. Y la primera novatada fue el acarreo durante todos los días del periplo de un equipaje excesivo, pesado y voluminoso. Tras una breve escala en Praga, mi primer destino fue Ceské Budejovice, la capital de la Bohemia Meridional.
Siempre ha habido viajeros, y la mayoría, supongo, que por goce y disfrute de conocer otros mundos diferentes al suyo. Viajar es una actividad que engrandece el alma del que viaja y aumenta nuestro entendimiento. El viaje en todas sus vertientes es riqueza y apertura de miras. Por eso, mi empeño, tan humilde como apasionante, por encerrar a través de varios artículos todo lo que he descubierto y aprendido en los últimos años viajando por distintos lugares del mundo.